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Una de las más bellas melodías creadas jamás para una serie de televisión abre los fantásticos créditos de inicio de esta fabulosa producción de intriga bañada en surrealismo, atrapada por una atmósfera que se convierte en especial por lo misterioso y enigmático de la misma, y que delata el lugar en el que nos encontramos: es Twin Peaks, un pequeño, acogedor y apacible pueblo maderero, consternado por la trágica muerte de la joven que daría paso a una de las preguntas más populares de toda la extensión televisiva: ¿quién mató a Laura Palmer? Todos parecen desconcertados y aturdidos ante el asesinato de una chica feliz, amistosa, popular e hija de una buena familia. Para investigar su asesinato, la oficina del Sheriff, dirigida por Harry S. Truman (Michael Ontkean: «Su otro amor«, 1982), que comparte nombre con el trigésimo tercer presidente de los Estados Unidos, inicia sus pesquisas a la espera de la llegada del personaje más emblemático de la serie: el agente especial del FBI, Dale Cooper (Kyle MacLachlan: Terciopelo azul, 1986), cuyo apellido (y cuidado aspecto) parece otro de los muchos guiños que en esta serie hace Lynch a ese cine que tan bien sabe hacer.

Sorprende cómo David Lynch («Corazón salvaje«, 1990) pudo convertir la vida de esa alegre localidad rural en uno de los lugares más indescifrables y recónditos del universo. No es sólo el nivel de suspense al que se eleva esta producción debido al célebre asesinato de Laura Palmer, sino todo en general: un gesto, una mirada, un detalle o cualquiera de los muchos personajes peculiares que, con sus ambiciones y temores, recorren el pueblo acompañados por sus secretos y una agridulce felicidad. Resulta curiosa la magnífica relación existente entre la oficina del Sheriff y la oficina del FBI. Lejos de los estereotipos acostumbrados, en Twin Peaks ambos cuerpos colaboran de una forma que va más allá de la mera cordialidad, sentando las bases de la amistad y del afecto más verdadero. Veinte años después del estreno de la serie, las historias vertidas desde su argumento no han parecido envejecer demasiado: a pesar de los aspectos estéticos desfasados de algunos de sus personajes, la excelencia (salvo las excepciones de las prescindibles subtramas correspondientes a Nadine o la relación cuasi-infantil del ayudante del Sheriff con Lucy Moran) de su atemporal guion hace de “Twin Peaks” una merecida serie de culto, llena de enseñanzas, dilemas morales y confianza o esperanza en los seres humanos.

Qué grato resulta ver al bueno del metódico, didáctico y admirable agente especial del FBI Dale Cooper, apasionado de la filosofía tibetana, tomarse su preciado café con una sonrisa de oreja a oreja, mientras la persona que tiene enfrente, sea quien sea, le devuelve el mismo nivel de amabilidad. O el siempre risueño y agradable Sheriff Truman. Y a cualquiera de las preciosas protagonistas: las camareras Shelly Johnson (Mädchen Amick), Norma Jennings (Peggy Lipton) y Annie Blackburn (Heather Graham), la poderosa Joan Chen (Jocelyn Packard), la sensual e inquieta Audrey Horne (Sherilyn Fenn)… Resultan entrañables el inocentón James Marshall (James Hurley), el doctor Will Hayward (Warren Frost), el gran Pete Martell (Jack Nance) y el instructivo mayor Garland Briggs (Don S. Davis), siempre con un buen discurso que ofrecer. También hay hueco para la desaprensión y la codicia en los personajes del repugnante Benjamin Horne (Richard Beymer), la fría y calculadora Catherin Martell (Piper Laurie) y el chanchullero de Bobby Briggs (Dana Ashbrook). Es amplio el elenco, aunque insuficiente el espacio, para poder mencionar a todos los personajes que completan un reparto lleno de garantías, interpretaciones que navegan entre lo notable y lo aceptable y sorpresas fugaces como la propia incursión de David Lynch en el papel del gracioso jefe regional del FBI Gordon Cole. Las también chispeantes apariciones de Frank Silva -que murió de sida cuatro años después- como el mítico Bob resultan geniales, inquietantes y completamente convincentes.

thisLos misterios de “Twin Peaks” se extienden a lo largo de 30 inolvidables capítulos (incluyendo el episodio piloto), divididos en dos temporadas en las que todas las historias principales (investigaciones del Sheriff y del FBI) nacen o están relacionadas de alguna manera con el asesinato de Laura Palmer. El interés que se produce sobre la serie es constante al conservar toda la producción una constante regularidad que a veces se permite engañarnos, pues el capítulo que aparentemente es el más normal muchas veces es aquel que deja la incógnita más grande, lo que aumenta las ganas por pasar a ver rápidamente el siguiente episodio. Lo que está claro es que es un mérito que una serie de estas características se desarrolle de una forma tan original: investigaciones y vida rural, pero con extrañas e hipnóticas apariciones surrealistas que hacen preguntarse, tanto al espectador como a los personajes, si lo que se está viendo es cierto o es una realidad imaginada.

El apartado musical no sólo es maravilloso, uno de los mejores creados para una serie, o excepcional, sino que es, además, imprescindible para la serie, al estar ligados todos los temas de la banda sonora de una forma directa con el metraje. Aunque con el paso de los capítulos, la música vaya apareciendo de una manera menos selectiva, al menos en la primera temporada, cada personaje o situación, tiene su propia melodía. Sólo con escuchar los compases escritos y orquestados por el maestro Angelo Badalamenti (“Mulholland Drive”, 2001) sabremos en qué momento y ante qué personajes nos encontramos. El tema principal es una reliquia, tan de culto como la propia serie: bella, envolvente, armoniosa, extraordinaria. Una preciosidad de melodía a la que le saldrán muchas “competidoras” a lo largo de los dos cd’s en los que se reúnen todas las partituras de la serie, entre los que destacan (1ª temporada) el tema de cierre “Laura Palmer’s Theme” (que también escucharemos, obviamente, durante las investigación de su muerte), o cualquiera de las cantadas por la maravillosa Julee Cruise (“The nightingale”, “Into the nigth”…). En la 2ª temporada podremos escuchar la fascinante “Audrey’s prayer”, el misterioso y perfecto “Harold’s theme”, la bellísima canción con voces modificadas electrónicamente “Just You”o el nostálgico y romántico “Hook Rug Dance”. El resto corresponde a temas indispensables que construyen esa atmósfera agobiante y enigmática de la que es maestro David Lynch y obrador Badalamenti.

En definitiva, una serie maravillosa, emblemática, magnífica, llena de hipnótica intriga, original, auténtica y sólo afectada en ocasiones por la irregularidad o simplemente excesiva parodia del modo en el que se representan algunas subtramas.Twin Peaks” atrapa y cautiva hasta enamorar, construyendo su producto desde la fuerza de toda una serie de inolvidables personajes siempre comandados por uno de los mejores agentes del FBI que se pueden encontrar entre la pequeña y la gran pantalla: Dale Cooper. David Lynch, junto al trabajo de toda la producción y resto de directores que guían los capítulos, escribe esta fábula, una fantasía llena de gente amable con situaciones amistosas y llenas de cariño, que ven su espejo en el egoísmo y vida despreciable de algunas personas. La serie parece invitarnos a la felicidad, una máxima que difícilmente puede conseguirse sin renunciar a los prejuicios sobre la gente y las cosas, o sin demostrar bondad en nuestras acciones. Hacen falta muchas personas como Dale Cooper, el Sheriff Truman o el Mayor Briggs para que podamos vivir en un mundo mejor. De momento, nos quedan series tan buenas y memorables como esta, pequeñas joyas que no sólo entretienen, sino que enseñan, acercan, fascinan y te involucran en un mundo maravilloso que sólo pretende escapar de las garras del mal.

David Lynch lanzó además una película que despeja enigmas y aclara las cosas sobre la serie: «Twin Peaks: fuego camino conmigo» (1992), que narra los últimos días con vida de Laura Palmer y los hechos sorprendentes que la condujeron hasta la muerte.

Written by Sandro Fiorito

Cofundador de LGEcine

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