Título original: The Clock
País: Reino Unido
Primera proyección: Reino Unido, 15 Oct. 2010
Duración: 1440 min. (24 horas)
Director: Christian Marclay
Guión: Christian Marclay
Música: –
Género: Documental | Documental sobre cine. Cine experimental
Reparto: –
“[…] Lo maravilloso del montaje final es su perfecta sincronía con el tiempo real […] su atractivo va más allá del contenido propio de cada toma […] El cine como herramienta para capturar el tiempo en sí mismo […]»
Tras pasar por Londres, Nueva York y, recientemente, por el Museo Guggenheim de Bilbao la película The Clock, de Christian Marclay, nos pide su espacio y reclama un poco de nuestro tiempo.
Junto al autor, un equipo de seis personas ha estado, durante dos años, investigando y tragando cine buscando secuencias con referencias al tiempo. Este ha sido su único criterio para realizar una monumental película de veinticuatro horas.
No estamos ante una película convencional. Estamos ante un proyecto de duración titánica. Un montaje de secuencias cinematográficas y televisivas centradas con el paso del tiempo. Relojes digitales, de pared, de pulsera, de bolsillo o de arena son objetos protagonistas en este film interminable. Cerillas, velas, caídas de sol, de pétalos en el jardín o personajes esperando el próximo tren o su propia ejecución, también están invitados al montaje final. Cualquier toma, plano, imagen o diálogo que tenga alguna referencia temporal es bienvenido. Como resultado, una red gigantesca de fragmentos se reúnen mezclando todo tipo de autores, fechas, géneros y espacios. Pero que nadie se asuste, no estamos ante un collage sin ton ni son. No.
Lo maravilloso del montaje final es su perfecta sincronía con el tiempo real. El film se desarrolla a tiempo y se proyecta acorde con la hora presente. Por ejemplo, si un espectador entra a las 19:14, lo que se va a encontrar en pantalla serán referencias a las 19:14 exactamente. Un joven Jack Nicholson le preguntará a un adulto Jack Nicholson «¿qué hora es?» y adivinen. El resto es goce, juego cinéfilo y debate filosófico. La disciplina impuesta por las agujas del reloj marca el tempo y ordena esa cantidad ingente de imágenes.
El montaje no es aleatorio. Ni mucho menos. Tras ordenar todas las tomas con todos los relojes a su hora, Marclay invita al espectador a palomitas y entretenimiento. Ese orden marcado por el minutero ya supone la mezcla constante entre secuencias de distintos años y géneros, claro. Plagado de divertimientos y guiños, el artista suizo se lo pasa en grande editando las diferentes secuencias. Miradas, llamadas telefónicas (1) y diálogos se entremezclan dando así una segunda vida a las tomas originales. Un hombre mira su reloj de pulsera y saltamos al reloj de otro film. Una niña en 1983 no puede dormir por la discusión que tiene al otro lado de la habitación una pareja de 1943. Y así miles de imágenes. Vamos, que tienes para todo un día.
Un día entero de complicidades, engaños, falsas percepciones y de juegos audiovisuales. Para los más cinéfilos o los amantes de los datos, la película funciona como juego para reconocer films, escenas y protagonistas de todos los tiempos. Es un caramelo sin fin. Pero para aquellos que no den una, continua siendo un objeto de admiración, ya que su atractivo va más allá del contenido propio de cada toma.
Se habla mucho del carácter narrativo de The Clock pero, ¿no es un tanto precipitado destacar lo narrativo cuando estamos ante uno de los mayores triunfos del cine no-narrativo? Me explico.
Todo lo que nos encontramos en la pantalla aparece en la superficie. Justo enfrente de nuestros ojos. Es -hasta el momento- un trabajo voyeour. Un juego infinito. Divertido, tal vez. Pero inmediato. La estructura experimental de la película te obliga a anular psicológicamente toda expectativa y toda proyección del YO. Estas obligado a mirar cada secuencia y cada corte como un todo. Estas pendiente, más que nunca, de la relación entre imágenes. Hay que plantear el análisis fílmico constantemente. No hay principio. No hay final. Cada cual se presenta en la sala cuando quiere y se marcha cuando le apetezca. Todo el tiempo que esté mirando la pantalla será consciente del paso de ese tiempo, porque la pantalla le escupe la hora en todo momento. Nadie se pregunta la hora al salir. El ejercicio psicológico y la experiencia emocional de ser consciente del paso del tiempo mientras devoras imágenes es tremendo. La sorpresa viene cuando te das cuenta de la velocidad del caso. Pasa volando.
Tu decides la duración de la película, e incluso, con algo de imaginación, puedes elegir que encontrarte. Sirva de ejemplo que por la noche aparece gente en sus camas, en sus dormitorios, en el sofá, en el baño, roncando, con pesadillas, asustadas, cogiendo el teléfono, el despertador, teniendo discusiones, sexo nocturno, silencios, borrachos en bares, policías, médicos y prostitutas. El reflejo del tiempo es real. El sol se mueve igual dentro y fuera de la pantalla. Uno envejece junto al film. Literalmente. Y eso es precioso.
Tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac tic tac.
Aquí van unas palabras. Unos elementos simbólicos para representar el sonido de un reloj. Tic tac, tic tac. Aquí van unos relojes. Unas herramientas para medir el tiempo numéricamente. Limpio de palabras y de relojes, el tiempo continua devorando hijos. Continua ocioso en medio de un tic y un tac. Tic tac. Christian Marclay es otro ejemplo de hombre que quiso conquistar su tiempo. El artista. La historia occidental está llena de estas luchas. Pararlo. Frenarlo. Capturarlo. Mantenerlo. Sostenerlo. Controlarlo. Definirlo. Describirlo. Señalarlo. El artista suizo propone con The Clock, su propia forma de eternidad mediante el aparato cinematográfico. La naturaleza de retención temporal propia e implícita en cualquier grabación fílmica, hacen del cine el mejor medio para esta tarea. El cine como herramienta para capturar el tiempo en sí mismo. En cuanto le das al REC, se almacenan los rec-uerdos. La necesidad de perdurar, de captar, de mantener intacto, se cumple. Ese instante rupestre. Esa necesidad de tatuar en la pared nuestro presente. De proyectarlo. Filmar es pintar en la pared de la historia. Marclay, lo sabe y lo usa con astucia.
Pese a todo, la película funciona como un reloj. El título no podría ser más acertado. Una visión despojada de toda interpretación y de carácter materialista invita a pensar en la película como un artefacto sin más. The Clock funciona en la fachada. Al final podemos llegar a una conclusión nada absurda: no es una película, “The Clock” es un reloj.
(1) Véase el anterior (y único) cortometraje de Christian Marclay titulado Telephones” (1995), donde ya se puede reconocer cierta obsesión por los teléfonos cinematográficos.
Nota del autor:
9,0 █████████ (Excelente)
Promedio de notas: No realizado.
8,7 ████████ (Muy buena)
FilmAffinity: — | CINeol: — | IMDb: 8,4 | LGEcine: 9,0
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