Captain Phillips (Paul Greengrass, 2013) – 135 min
Si pensamos que vamos a ir a ver un documental de la segunda cadena de la televisión estatal cometeremos uno de los errores de bulto más atroces de la historia cinematográfica. Si mientras caminamos rumbo a la sala con el refresco y las golosinas en la mano no hacemos un ejercicio de relajación mental, craso error. No estamos ante una cinta cualquiera. Mucho ojo. Es la película. Posiblemente el filme del año. ¿Demasiado? Propongo una serie de argumentos para que podamos intentar entender la trascendencia de algo sublime. ¿Acomodados ya? Perfecto.
Paul Greengrass. Director de cine. Digo bien. Director de cine. Ya era seguidor suyo. Ahora le tengo en un pedestal. Tiene una sensibilidad devastadora para acometer proyectos de semejante calado. No estamos ante una de esas cintas de las que vulgarmente se denominan «basada en hechos reales«. Es mucho más que eso. Greengrass es capaz de adentrarte en el buque y hacer que vivas en primera persona lo que los protagonistas están sintiendo en cada fotograma. Es real. Lo que sucede delante de tus ojos no puede ser otra cosa que asombrosa dosis de humanidad. Consigue dirigir escenas de acción que se alejan de los efectismos extravagantes y desesperados de filmes de categoría semejante. Que es un director de cintas de acción, es de sobra conocido. Pero no por esa razón es incapaz de ofrecer un trabajo de incalculable valor. Trata la fotografía, los detalles íntimos y las pequeñeces con tal grado de sentido y sensibilidad que los hacen naturales. No fuerza nada. No deja sobreactuar. No es necesario.
En esos detalles es donde un director tiene que saber manejar a los actores que tiene a sus órdenes. Cierto es que en ocasiones la improvisación puede salvar determinados tipos de interpretaciones. Indiscutiblemente, si tienes a Tom Hanks (Cloud Atlas, 2012) trabajando para ti, hablamos de palabras mayores.
La trama. Es un thriller. ¿Sorprendidos? No tanto si somos capaces de entender el mensaje que Greengrass nos quiere transmitir. Alejado de misiones donde la política y la moralidad se comen a la historia principal, esta película trasciende la pantalla. Teniendo en cuenta que la trama trata del ataque de unos piratas somalíes a un buque de la compañía Maerks. Su secuestro y el desenlace. El guión está basado en el libro que el propio y verdadero Capitán Phillips escribió sobre los hechos acaecidos y que pudo vivir y sufrir en primera persona. Quizá puedan pasar desapercibidos los primeros minutos del metraje. Posiblemente lleno de tópicos, conversaciones de cliché de serie B, pero que al final, en el conjunto final del filme, hasta pueden pasar como buenos. Y en ese instante, aparece la sombra alargada de Hanks. De sobra sabemos como se las gasta este tremendo y tremebundo actor. Siento debilidad por él, y por todos sus personajes.
Es un monstruo de la interpretación. Como pocos, muy pocos, sabe adentrarse en el interior del personaje a dar vida, e incluso a mejorar al original. Y en este caso, cada gesto, cada detalle, cada tono de voz, su mirada, los silencios. ¡Qué barbaridad! Es una delicia, léase bien, verle sufrir. De tal forma que eres capaz de ver a través de sus ojos la mirada terrible y en ocasiones llena de miedo de su capitán contrincante y secuestrador. Hanks le da tal empaque al filme que el thriller se llena de un dinamismo trepidante y por momentos agobiante. Podría seguir hablando de Tom Hanks durante horas y prácticamente no encontraría hueco por donde darle un golpe.
Sin embargo merece la pena también constatar el descubrimiento de un actor somalí y estadounidense llamado Barkhad Abdi, que encarna al jefe de los piratas secuestradores. Sus miradas al vacío, y su forma de actuar, son simplemente sobresalientes. Las dos interpretaciones principales hacen todavía mejores las de todo el resto del reparto. Decir a su favor que nadie queda retratado por un mal trabajo. He leído bastante acerca de la escena final del filme que he podido constatar tras su visionado. No sé a vosotros, pero a mí me pone de los nervios esa escena multirrepetida donde todos acaban abrazados cuando los protagonistas alcanzan su objetivo, sea el que sea. Una vez, está bien.
Pero verlo una y otra vez me parece más propio de la tontería grupal que de cine, ni bueno ni malo. Pero señoras y señores. Cuando es Paul Greengrass el que se pone tras la cámara, hablamos de algo que podría denominarse como inédito en este tipo de cintas. Y no es otra cosa que un epílogo que yo, personalmente, aplaudo y agradezco totalmente.
Finalizando. Sí, Bloody Sunday (2002) y «United 93» (2006), me parecieron muy buenas, para este filme se me acaban los argumentos. Relevante la tensión de cada fotograma, convirtiendo el metraje en un ir y venir de sensaciones. No hace falta situar ni contextualizar un hecho que puede ser más o menos conocido por el público en general para hacer una extraordinaria película. Y eso se lo debemos a un director británico que sabe lo que hace, cómo lo hace y qué quiere hacer sentir al espectador en su butaca. Es como si necesitara que tú y la película quedarais encerrados en una sala de cristal oscura donde solamente encontraríamos una silla, una pantalla para ver la película, y tal vez un botellín de agua (incluso para los más propensos a sentir agobio, algún tranquilizante leve, o una tila doble, mejor). Que tú, espectador de la película, saques tu propia conclusión al salir de la sala, es otro acierto de la dirección. Esa lucha interior entre la fortaleza humana para ser un héroe y la capacidad íntima para sobreponerse a la situación creada, es sencillamente, apasionante.
No es que podamos ir a verla. Es que es obligatorio. Juzguen ustedes. Serán dos horas que no podrán olvidar con facilidad.
Nota del autor:
8,5 ███████ (Muy Buena)
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