Título original: The Hill
País: Reino Unido
Duración: 
122 min.
Director: 
Sidney Lumet

Género: Drama (II Guerra Mundial)

 

El sufrimiento, las injusticias humanas y el agotamiento físico y psíquico son elementos muy recurridos en el cine que por su complejidad son difíciles de ser transmitidos con éxito. En la cinta de Sidney Lumet “The Hill”, la prueba no sólo se supera con creces sino que su resultado se consolida como una base de lo que en el futuro daría más películas cuyo argumento mostraba las mismas intenciones. Soy defensor de las buenas presentaciones de todo personaje de una historia. En una película no pueden decirnos el nombre de fulano de tal y echar a correr con el argumento.

Aquí, conocemos a todo el grupo durante los primeros compases del metraje debido a una magistral presentación que consigue que aún mucho tiempo después de haber visto el film, recordemos las férreas personalidades de todos y cada uno de los involucrados en la trama. Y con esta mezcolanza tan descriptiva sobre los roles interpretados aquí, más todo un intencionado y conseguido agobio que se plasma en la atmósfera del film, comienza la película.

Nos encontramos durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, bajo el sol abrasador de una prisión militar del ejército británico, situada en El Cairo y encabezada por un cruel grupo de sargentos y un comandante de muy dudosa vocación. Soldados de distinto rango condenados a diversas penas son llevados ante el sargento jefe Wilson (Harry Andrews, «Moby Dick, la ballena blanca» 1956, «Muerte en el Nilo» 1978), quien después de una despótica e imponente presentación personal cuya principal intención es la de amedrentar a sus nuevos huéspedes, pasa la batuta a un todavía más desagradable sargento, Williams (Ian Hendry, «Repulsión» 1965, «Asesino implacable» 1971), quien se hace con la misión con la misma ansiedad y placer que un perro tentado por un hueso. El grupo de los prisioneros está formado por Joe Roberts (Sean Connery, «James Bond contra Goldfinger» 1964), un suboficial condenado por insubordinación sobre el que caen todas las miradas, al ser el tradicional personaje que llega con la estela de héroe y hombre de iniciativa; el desertor George Stevens (Alfred Lynch, «Second best (Difícil elección)» 1993), que lo único que quiere hacer es volver a casa con su mujer; el orondo, cobarde, simpático y alegre Monty Barlett (Roy Kinnear, «Un mundo de fantasía» 1971), condenado por robo; un gigantesco Jock McGrath (Jack Watson, «El fotógrafo del pánico» 1960) apresado por agresiones; y Jacko King (Ossie Davis, «Haz lo que debas» 1989), «Malcolm X» 1992), un negro cuyo color de piel le traerá más de una complicación en presidio.

Todos ellos deberán convivir o, mejor dicho, sobrevivir, entre los gruesos muros de la fortaleza coronada por una colina artificial realizada con las manos de sus propios prisioneros. Esta colina es el destino de los castigados o de aquellas víctimas del despotismo injustificado de sus carceleros, y subirla y bajarla continuamente bajo altas temperaturas puede ser una de las peores experiencias para vivir. Algunos como el sargento Harris (Ian Bannen, «Gandhi» 1982) parecen demostrar mejor corazón ante esta medida, y desde sus acciones reflejan el rechazo ante el trato inhumano. La película hace experimentar al espectador la dureza y la injusticia a la que se puede someter a un ser humano por el motivo que fuere, y lo hace con el acierto y la contundencia de un estilo narrativo rico y directo que se apoya en el buen guión escrito por Ray Rigby («Operación Crossbuy«, 1965), quien habiendo servido como soldado durante la Segunda Guerra Mundial en prisiones militares, obtuvo el conocimiento suficiente para escribir la historia de “The Hill”. Todo transpira verismo y no hay cabida para la exageración, lo que da como fruto un auténtico despliegue que representa lo peor del ser humano: su falta de humanidad, el orgullo desmesurado, la ausencia de principios, la crueldad, el imponer algo como ejemplo y después hacer uno mismo exactamente lo contrario…

Todas las interpretaciones son excepcionales y disfrutan de un protagonismo parejo, por lo que destacar a los mejores se antoja difícil. Un espléndido Sean Connery, el despreciable papel de Harry Andrews y un Ian Hendry venido de menos a más durante el transcurso de la película puede que sean los trabajos más a remarcar de esta obra, pero insisto en que la totalidad de sus componentes rayan a gran nivel. La total ausencia de música durante toda la película aumenta la sensación de vacío y abandono por parte de sus protagonistas. Esto significa bastante teniendo en cuenta que una banda sonora siempre influye en el resultado de una escena, pues los compases de una buena melodía siempre pueden moldear a su antojo las sensaciones que se quieran dibujar: aquí, sin una sola nota, se logra todo esto y más, señal del inmenso trabajo de Sidney Lumet («Doce hombres sin piedad» 1957, «Serpico» 1973, «Tarde de perros» 1975, «Antes que el diablo sepa que has muerto» 2007) en la dirección, su laborioso guión y unos papeles memorables. 

Nota del autor:
8,0
 ████████ (Muy buena)

 

COMENTARIOS DEL EQUIPO LGE

D. Karasu
«Bajo un sol en blanco y negro, el director Sidney Lumet  realiza a lo que será a posteriori una de las mejores obras de su extensa carrera filmográfica. Desarrolla una historia enmarcada en la desesperación de unos hombres frente a la brutalidad de un sistema y de ellos mismos, donde para subsistir deberán renegar de cualquier signo de compasión, de sus principios y convertir la cadena de mando y un reglamento obsoleto en dogmas de fe. Primera aproximación del cine al tratamiento de los desertores por parte del Ejército. El paralelismo con el infierno está más que palpable, las torturas a las que son sometidos los presos, la anulación de su personalidad, el extremo calor y la colina que esta el centro de la prisión -y que da nombre al film-  se convierte en un símbolo de castigo eterno. Tal como nos contara  Homero en la “La Odisea”, en donde Sísifo estaba condenado en el infierno a empujar una enorme piedra en una enorme cuesta y en la cima de la colina la piedra rodaba hacia abajo, para comenzar de nuevo. De igual manera los protagonistas deberán escalar una colina asentada en la brutalidad, despotismo, crueldad, racismo y autoritarismo. La fotografía opresiva y angustiosa que nos ofrece Oswald Morris («La huella» 1972), consigue transmitir fácilmente todas las penurias y desesperación que sufren los protagonistas. Arrancando el film con un largo plano secuencia de 2 minutos y 15 segundos que únicamente es ensombrecido por el principio de la mítica «Sed de mal» (1958) de Orson Well. Este film de carácter claramente anti-bélico ahonda sobre la naturaleza humana. En definitiva, nos encontramos ante un film imprescindible de ver, y que muy probablemente fuera uno de los gérmenes cinematográficos de «La chaqueta metálica» que rodaría Stanley Kubrick 22 años después».9

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Written by Sandro Fiorito

Cofundador de LGEcine

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