Título original: There Will Be Blood
País: EEUU
Duración: 158 min.
Director: Paul Thomas Anderson
Guión: Paul Thomas Anderson (Novela: Upton Sinclair)
Música: Jonny Greenwood
“Extraordinaria […] Mágica, cautivadora, grandiosa, merecedora de un redondo 10 […] Tensión intacta durante toda la duración del metraje […] Magnífico guión e interpretaciones magistrales […] Una película fascinante, perturbadora, llena de dilemas morales […]”
Extraordinaria película dirigida por Paul Thomas Anderson («Boogie Nights«, 1997), que también escribe el guión, basándose en la novela de Upton Sinclair (“Petróleo”, 1927). Después de hacerse un buen hueco entre la crítica internacional por sus anteriores realizaciones, Anderson vuelve al panorama de la dirección con una cinta que engancha desde el primer minuto, gracias a la interpretación de Daniel Day-Lewis, a su argumento, a su música hipnótica, a ese formato fotográfico austero y extraño que envuelve a una cinta a mi parecer mágica, cautivadora, grandiosa, merecedora para mi gusto de un generoso y redondo 10. Una película capaz de multiplicar lo entretenido hasta elevarlo a una dimensión superior gracias a su gran capacidad para mantener la tensión intacta durante toda la duración del filme, con una historia que toca la moralidad desde todos los frentes, partiendo desde la base de un negocio petrolífero in crescendo, mostrando con todo detalle el avaro universo que envuelve a los personajes de esta historia sin buscar el impacto fácil ni la compasión barata. Un trabajo original, lleno de maestría y de una misteriosa elegancia que muestra las miserias de la condición humana, los principios, las relaciones familiares, el nivel de influencia de una secta religiosa sobre el pueblo y los negocios o la absoluta preferencia por algunos -como el protagonista- de estos últimos sobre todas las cosas, haciendo del trabajo su única razón de existencia, convirtiéndolo en una obsesiva carrera cuya meta es sólo perseguir ser mejor que los demás sin importar ni el cómo ni el porqué.
Sirviéndose de la ya mencionada realista y directa fotografía, un magnífico guión y unas interpretaciones magistrales que merecen más de una alusión en esta crítica, los minutos de esta cinta se suceden con una relativa calma poseída por una atmósfera fría y misteriosa, dominada por el desasosiego que le toca vivir al espectador que acoge la película con gusto desde sus primeros compases, en los que su historia, basada entre el año 1898 y finales de 1920, nos cuenta el ascenso empresarial de Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis), quien logra hacer un imperio petrolero desde una de sus perforaciones subterráneas en la que llega al petróleo fortuitamente mientras buscaba plata, en una escena que anticipa la calidad de lo que sucederá en los momentos posteriores. Ofreciendo allá donde va la imagen familiar que representa junto con su pequeño e impasible hijo H. W. (Dillon Freasier), Plainview ve crecer su empresa petrolífera hasta recibir una oferta que puede suponer la culminación de todas sus ambiciosas expectativas. Por tan sólo 500 dólares, Paul Sunday, un joven de una familia honrada, le dirá la ubicación exacta de un pueblo en el que se encuentra un terreno del que podrá extraer petróleo. La jugosa propuesta es acogida con cierta incredulidad por Daniel, que finalmente comprueba la veracidad de estas palabras y se instala en el pueblo señalado con la intención de comprar todos los terrenos sobre los que pueda trabajar para realizar sus perforaciones.
Es allí donde comenzarán los problemas para Plainview, que se encontrará con varias encrucijadas morales a la vez que intentará sortear los problemas que le planteará el predicador Eli Sunday (Paul Dano), el hermano de quien le trajo hasta aquí. Con su Iglesia de la Tercera Revelación, una secta religiosa con más poder del imaginable, demostrará hasta qué punto puede llegar a influir sobre el empresario del petróleo, condicionando muchas de sus actuaciones a sus relaciones con la iglesia, y exigiéndole la suma de dinero que Plainview había prometido para la congregación.
Del reparto destaca por encima de todos el merecidamente premiado con el Oscar por esta interpretación, el gigante Daniel Day-Lewis («En el nombre del padre«, 1993), quien con su personaje ruin, cargado de histrionismo, despotismo y mucha perspicacia, transmitirá desde esta cinta todo un repertorio de acciones de dudosa moralidad, mientras genera desprecio y empatía a partes iguales. Paul Dano, encarnando al predicador desde un rostro angelical que no evita el sentimiento de desprecio sobre su personaje por parte de un servidor, cierra el cupo de las menciones de actores de esta película sólo después de recordar el trabajo del abstraído papel del joven Dillon Freasier, quien con apenas hacer uso del lenguaje verbal, pone toda la fuerza de su interpretación en una mirada que demuestra que una imagen vale más que mil palabras.
La música de la película es una delicatessen a la altura de las circunstancias, cobrando un protagonismo paralelo a la historia que asciende al nivel de elemental, pues gracias a los compases del miembro del genial grupo Radiohead, Jonny Greenwood, el filme comparte la tensión de la historia con toda una serie de temas que no quieren tranquilidad para el espectador, sino todo lo contrario, buscando generar intranquilidad en el mismo, desde unas composiciones envolventes, extrañas e inquietantes, que contribuyen sobremanera a que el filme dé como resultado una película fascinante, perturbadora, llena de dilemas morales.
Nota del autor:
10,0, ██████████ (Obra maestra)
COMENTARIOS DEL EQUIPO LGE
Miquel Alenyà
“[…] Analiza temas relacionados con los principales motivos de preocupación del realizador y de gran parte de la opinión pública en el momento del estreno, tales como la violencia, la corrupción, el fanatismo religioso, la mezcla de la religión con intereses económicos, la competitividad, las relaciones entre padres e hijos, el individualismo, la ambición sin límites, la codicia y la naturaleza de unas relaciones sociales que engendran egoísmo, odios, abusos de poder, etc. Desarrolla un estudio detallado y apasionado de un personaje singular que se erige en símbolo de una generación y, a la vez, en alegoría del país más poderoso del mundo […] Hace uso de un estilo equilibrado, sobrio, libre de adornos innecesarios, realista y clasicista, que acepta la complejidad y la aridez de los hechos. El resultado es un trabajo pletórico de fuerza e intensidad. Se ha escrito que la obra corresponde a un cine esencialista, frío y complejo, solo apto para cinéfilos. No estoy de acuerdo. Lo fácil, lo claro y lo asequible suelen ser cosas que no casan bien con la calidad y la excelencia. La interpretación del protagonista es impecable. Las escenas en las que entra en contraposición o conflicto con otro actor se erigen en las más poderosas del film. En ellas el relato alcanza niveles de un dramatismo arrebatador […]” 8.
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