“El guión luce originalidad, imaginación y fantasía […] La dirección crea una obra de culto inolvidable e imprescindible […] El discurso final, más panteista que teológico, desborda los límites de la seriedad narrativa de la obra […]”
Film realizado por Jack Arnold, especialista de la Universal en obras de terror y sci-fi. Se basa en la novela «The Shrinking Man«, de Richard Matheson, autor del guión. Se rodó en la costa de California y en Universal Studios, con un presupuesto de serie B. Producido por Albert Zugsmith, se estrenó en abril de 1957.
La acción principal tiene lugar en LA, en 1956/57. Narra la historia de Robert Scott Cary (Grant Williams), empleado de una empresa de publicidad, de 1,85 m de altura y de 87 Kg de peso, felizmente casado desde hace 6 años con Luisa (Randy Stuart). Charlie Cary (Paul Langton), su hermano, próspero ejecutivo de ventas de publicidad, les deja su lancha motora para pasar una semana de vacaciones en la costa. Una extraña nube envuelve a Scott, mientras Luisa ha ido en busca de una lata de cerveza. Medio año más tarde, Scott advierte que pierde peso, altura y corpulencia, en un proceso que los médicos no aciertan a detener y que atribuyen a la suma de una exposición a un pesticida y a una nube radioactiva.
La película explora la psicología del protagonista enfrentado a situaciones diversas a lo largo del relato. Las incertidumbres iniciales, la falta de remedios y la pérdida del empleo, le llevan a un estado emocional de exasperación, frustración y agresividad, que descarga sobre Luisa. Mientras avanza el proceso, le invaden sentimientos de impotencia y fragilidad, que dan paso a actitudes tiránicas, despóticas y de sometimiento, que Luisa sobrelleva con estoicismo. Cuando mide 1,24 m y pesa 26 kg. conoce a una enana de nacimiento, Clarice Brown (April Kent), con la que entabla un romance, que le permite compartir afecto y sexo, lo que le devuelve parte del equilibrio perdido. Más adelante, constata con indignación y desolación que se ha convertido en víctima de discriminación y marginación social.
La pérdida adicional de altura, le convierte en juguete y presa de Butch y, posteriormente, de una araña, hechos que despiertan en él los instintos primarios de lucha por la supervivencia. Dado por muerto, se enfrenta a la sed, el hambre, los depredadores, las trampas y la desproporción del entorno formado por elementos caseros, convertidos en fuentes de peligros insospechados. La obra denuncia los males de la contaminación radioactiva y química. Se refiere a las relaciones entre vida sexual activa, rica afectivamente, y el equilibrio psicológico personal. Muestra la pequeñez de la Humanidad, aferrada a prejuicios sobre la capacidad ilimitada de manipular la naturaleza.
La música, interpretada por el trompetista Ray Anthony, acompaña la acción con bonitas melodías jazzísticas, que animan y explican los sentimientos encontrados de Scott. La fotografía, en b/n, hace uso de efectos especiales ingeniosos y consistentes, que convierten el cómodo mundo cotidiano en una selva de objetos claustrofóbicos. El guión luce originalidad, imaginación y fantasía. La dirección crea una obra de culto inolvidable e imprescindible.
El discurso final, más panteista que teológico, desborda los límites de la seriedad narrativa de la obra.
Nota del autor:
8,0 ████████ (Muy buena)
Corría la década de los 50 y EEUU vivía una revolución industrial, un nuevo tipo de fuente de energía que alcanzaba unos niveles energéticos jamás creados en toda la historia de la Humanidad, que a la larga crearía el arma de mayor destrucción sobre la faz de la Tierra, marcando una nueva época: la Era Atómica. Para la inmensa mayoría del público norteamericano, la energía atómica y una de sus principales características (la radioactividad) era un elemento totalmente desconocido y exótico, convirtiéndose en la nueva Piedra Filosofal capaz de transmutar la materia a niveles atómicos. El mundo cinematográfico no se quedó indiferente frente a ello y las pantallas de los cines se vieron invadidas por películas de dudosa calidad, en las que gracias a la radiación y a la imprudencia del ser humano en su enésimo intento de jugar a ser Dios, se creaban monstruos (hormigas gigantescas en Them!, desde Japón dinosaurios con mal humor en Godzilla) o bien superhombres (como ocurriría muy posteriormente en films como Spider-man o Hulk). Eran películas que debido a su escaso presupuesto y a su irrisoria trama, dirigidas para un masivo público juvenil, provocaron que la mayoría de estas cintas cayeran en el olvido o en alguna estantería de algún mitómano; muy pocas de ellas se convertirían en pioneras perdurando su espíritu con el paso de los años. En este caso El increíble hombre menguante se encuentra dentro de esta categoría. Nos encontramos a un hombre que debido al contacto con una nube de origen desconocido contempla con estupor cómo su cuerpo va reduciéndose de tamaño con el transcurso de los días y no hay ningún remedio para invertir o parar este proceso. Los efectos más que especiales son «efectos de ingenio», ya que para dar un mayor realismo de cómo el personaje vería «agrandar» su entorno se hace uso de decorados que van agrandando hasta cotas insospechables, unido esto a la utilización de dobles pantallas e inmensas maquetas que consiguen recrear un universo sorprendente. Scott (Grant Williams), un hombre de clase media con todas sus metas en la vida logradas, deberá enfrentarse a aquello que nunca había necesitado: la supervivencia en su estado más primitivo. El guión nos muestra perfectamente el desmoronamiento de la idílica vida de Scott (su familia, trabajo, amistades), quedando él mismo como único acompañante en un extraño viaje de incierto destino. Aquello que antes le parecía algo trivial (comer, vestirse, comunicarse o desplazarse) se irá convirtiendo en autenticas barreras infranqueables. El protagonista es testigo, con cierto pavor, de cómo su posición en la escala alimentaria va descendiendo a medida que su cuerpo se reduce en tamaño, pasando de la confortable figura de “súper-depredador” a pasar a ser una despavorida víctima de cualquier insecto. Sin embargo, hay en él un cambio más profundo que el mero físico, ya que mientras más pequeño se hace su cuerpo… su «yo» va creciendo de forma exponencial. Gracias esto en gran medida a la soledad que le impondrá el no volver a comunicarse con ningún ser vivo… Su toma de conciencia de lo que realmente le sucede, el sentido de su vida, será lo que finalmente le haga abrir las puertas del conocimiento absoluto y en cierta medida dejar de ser un ser humano. Magnífico desenlace, que sólo refleja el compromiso por parte del director por darle un cariz de dignidad que flota en toda la obra, consiguiendo apartarse del resto de filmes que en aquella época se rodaban sobre una ciencia ficción todavía en pañales. Cine de culto dentro de la ciencia-ficción: imprescindible. 8.
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