Historia de un vecindario (1947): te encontré y supe lo perdida que estuve

En la periferia de Tokio las casas tradicionales más humildes conviven con los edificios derruidos por las bombas. Estamos en la época de la postguerra japonesa y aquel paisaje devastado parece una alegoría de la dura vida que le espera a sus supervivientes. Un día Tashiro vuelve al barrio con la compañía de un niño; mientras estaba de visita en otro pueblo se encontró con aquel chico vestido de harapos, cabizbajo, introvertido y con las manos en los bolsillos, se pegó a él como un perro vagabundo y le siguió hasta allí. El problema es que ninguno de los vecinos quieren hacerse cargo de él, y al final le encomiendan esta responsabilidad a la arisca O-tane, una viuda entrada en años a la que nunca le gustaron los niños.

Historia de un vecindario (長屋紳士録 , literalmente: Registro del caballero Nagaya) es una hermosa película del gran director Yasujiro Ozu. Cuyo guión fue co-escrito con Tadao Ikeda, nos narra una historia que tiene aromas a una obra dickensiana, porque sí, hay mucho de «Cuento de Navidad» en esta cinta, sin necesidad de la visita de tres espíritus, la presencia de un niño desamparado hará cambiar la actitud de aquella huraña mujer. Quizás necesite más de una noche para darse esa empresa, pero sin duda alguna el milagro llegará con la misma ilusión que abrimos un regalo de Reyes.

Nos encontramos en una historia «aparentemente sencilla», una radiografía diaria de un barrio pobre del extrarradio de Tokio, en el que se muestran las tareas cotidianas dignificándolas dentro aquel mundo de pobreza. En el que las primeras víctimas de una nación derrotada son los cientos de niños abandonados o desarraigados que deambulan por los campos y ciudades, afectados de la orfandad impuesta por la guerra o de la hambruna. Allí arranca un periplo para intentar deshacerse de aquel niño y desemboca en un viaje iniciático de autodescubrimiento a través del catalizador de un desamparado crío que sólo busca ser querido, y que tiene la desdicha de encontrarse con alguien cuyo corazón fue sustituido hace años por una fría roca.Su ritmo es lento, muy lento, -lo sé, puede ser un hándicap, pero si lo sabéis superar disfrutaréis de la película tanto como se merece- . La cámara muestra en una exquisita fotografía la soledad de sus protagonistas a través de planos que bien podrían enmarcarse. Muchas veces el silencio que deja la soledad sólo está interrumpido por la aparición del un mobiliario que está esperando que aquel espacio se llene de alegría.

En algunos momentos los diálogos pierden su importancia y se realza el lenguaje no verbal, transformando la cinta en una obra de cine mudo. Cuyos gestos algunas veces balancean entre la ternura y la comicidad; pero no nos dejemos engañar, la crueldad es también un arma que no hay reparo en desenvainarse y los prejuicios hacen más daño que los latigazos. Algo que únicamente volví a verlo en una película donde también un adulto y un niño emprenden otro viaje iniciático que transformará la forma de ver la vida del adulto, en la también hermosa El verano de Kikujiro (1999) de Takeshi Kitano.Respecto al elenco, está muy bien escogido, sobresaliendo con creces la auténtica protagonista de la obra: O-tane (protagonizada por Choko Iida), y el niño (Honi Aoki). La química entre ellos y sobre todo el cambio de registro de la primera es simplemente maravilloso.

Por último, destacar el mundo que crea Ozu en este film que dentro de su crudeza está lleno de humanidad, es más, no dejaba de pensar que lo que veía en la pantalla era la carta más hermosa escrita hacia el neorrealismo italiano. Con su carga de profundidad, con su crítica soterrada a una sociedad que mira a otro lado.Muy recomendada para cualquier amante del cine, en especial del cine japonés, para lo que les encanta Ozu o para quienes no lo han descubierto. Para quienes aman el séptimo arte y saben que las obras más hermosas del cine hablan directamente al alma, sin necesidad de subtítulos.

Distribuida en España por A CONTRACORRIENTE FILMS

Nota del autor: