House, M.D. (David Shore (creador), 2004-2012)
No es sólo una serie de médicos. Es la mayor y mejor exploración de las entrañas del ser humano que he visto nunca en televisión. La tristeza, la soledad, la amistad, todas esas emociones, estados, virtudes y miserias del ser humano son mostradas aquí no sólo desde la óptica de uno de los personajes más emblemáticos de la Historia de la pequeña pantalla, sino desde la de todos aquellos que lo secundan, ofreciendo una análisis muy completo del interior de las personas. Explora concienzudamente el difícil terreno de la felicidad, temática muy recurrida en gran parte de sus capítulos, ofreciendo una explicación más bien desesperanzada sobre la misma. Los personajes que tejen los magníficos diálogos de unos guiones que siempre dejan alguna reflexión o pretenden ponernos a prueba (no me refiero a los puzzles médicos, sino al estudio de sus protagonistas), son las columnas de este robusto Partenón en cuyo centro reposa la efigie del despótico, amargado, infeliz, manipulador, rebelde y deslumbrante doctor Gregory House (Hugh Laurie), para quien parece que jamás se inventaron las reglas.
Él pone a prueba a los miembros del equipo de diagnóstico que dirige -con muchas caras nuevas a lo largo de las ocho excelentes temporadas de las que está compuesta la serie-, haciendo de cada persona un juego o más bien un reto del que siempre está seguro acabará teniendo la razón. House cree en lo que ha repetido hasta la saciedad, que todo el mundo miente y que una cosa es lo que uno dice ser y otra la que es de verdad. Por eso desprecia a quienes pululan con una sonrisa de oreja a oreja transmitiendo la sensación de que la palabra “problema” no se inventó para ellos. Por eso los aprieta hasta que no tienen más remedio que explotar. Por eso y porque sabe que nunca podrá ser feliz, porque ese estado anímico es una utopía vendida como si fuese una marca de detergente. La felicidad no es una compañera permanente de viaje, sólo una desconocida que a veces se digna a hacernos una visita. Eso a lo que llaman los pequeños momentos.
Pero en “House” no se habla sólo de ella. En su argumento más técnico elabora minuciosamente rompecabezas médicos que siempre son llevados al extremo, pues no en vano el departamento que dirige House es el encargado de llevar a cabo los diagnósticos que otros departamentos del hospital no podrían resolver. En este aspecto, el protagonista maneja a su equipo como si él fuese un dictador y los miembros del mismo sus lacayos, pues saben que es la brillantez de House la que terminará resolviendo los casos más complicados. Aunque este es el punto más repetitivo de la serie, se solventa eficazmente con el interés que pueda despertarnos la reacción de los personajes frente a los casos que investigan, pues lo importante aquí no es qué se investiga sino cómo se hace y qué consecuencias puede acarrear. La serie hace especial hincapié en las barreras burocráticas, los enfrentamientos médico-paciente con el trasfondo de la legalidad, algo que House suele pasarse por el forro puesto que a veces todo eso es una pantomima que puede acabar incluso con la vida de un paciente. Y en esta serie no es que a House le importe demasiado la vida de las personas que trata; le importa su propio orgullo, aumentado por cada vida salvada, herido por cada batalla perdida.
Sé que no digo nada nuevo de la que es una de las series más reconocidas de la televisión, son ocho años los que llevan escribiendo sobre ella y diciendo auténticas maravillas, cada cual más exagerada, cada cual más cierta. Por eso no me explayaré mucho más y cerraré mi reseña agradeciendo la posibilidad de haber podido asistir a este curso de la vida, al visionado de esta imprescindible serie excelentemente escrita, interpretada y acompañada por una excelente BSO, libre para hablarnos de todo y de todos, incluyendo otro recurso habitual en su argumento como el de la existencia o no de Dios y la perspectiva de esto dentro del mundo médico. “House” ha sido una serie que más que entretener, ha aportado, ha enseñado, o por lo menos al autor de este escrito le ha hecho identificarse con multitud de aspectos, encontrándola en ocasiones como un espejo que ha ayudado a arrancar muchas espinas de confusión que se encontraban clavadas profundamente.
Gracias, House.
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