A todos nos gusta un tipo noble aunque algo descarado que lo mismo te recita a Byron, que se carga a unos viles matones y hace que parezca un accidente. A todos nos gusta un buen universo alternativo retro-distópico, como por ejemplo Londres en los 60 con toques de Chicago en los 20 y castigos ejemplares de la Santa Inquisición. Por supuesto, ¿qué sería de todo esto sin su consabida sociedad secreta de malos malísimos liderada por un noble megalómano? Y nos encanta empezar una serie con una escena de la caza del zorro al son de “Paint It Black”.

Jack Bannon está fantástico con sus trajes, su jersey de cuello alto y su peinado mod. Su Alfred Pennyworth tiene toda la retranca del anciano mayordomo de Batman que conocemos, y el entrenamiento, agilidad, mente estratégica y encanto de un 007 de clase obrera. Pero, lamentablemente, uno no puede construir una temporada de 10 capítulos de una media de 60 minutos alrededor de lo bien que le queda el traje a Bannon cuando suelta un gancho de izquierda. Yo personalmente, apoyaría a cualquiera que lo intentara, pero no funcionaría.

Porque a nadie le gusta que el malísimo noble megalómano sea tan plano que ni el mismísimo Jason Flemyng lo levante (no cuando no estás haciendo comedia absurda, al menos). A nadie le gusta seguir viendo relaciones románticas heterosexuales donde ella es un elemento pasivo y moneda de cambio para chantajear al protagonista. Y, especialmente, todo el mundo está harto de ver como la representación del colectivo LGBTQ en la ficción es más prominente en los personajes de malos psicópatas retorcidos y depredadores sexuales.

Pero, obviando el conflicto moral que esto último conlleva y que podríamos decidir pasar por alto bajo ciertas condiciones, Pennyworth no da de sí. Me duele más a mí decirlo que a vosotros leerlo. La idea es tan increíblemente atractiva y el diseño de producción es tan bonito, que da mucha pena darse cuenta de que el resto de piezas chirrían o, directamente, no encajan.

La trama es la que sigue: Alfred es un ex-SAS que todavía conserva pesadillas y dos buenos colegas de su período en el ejército. Quiere montar un negocio de seguridad privada pero, mientras tanto, trabaja de portero en un club nocturno. Allí se ve envuelto, sin comerlo ni beberlo, con Thomas Wayne y, de rebote, con la organización “Raven”, un grupo de fanáticos que quieren librar a la Gran Bretaña del vicio y la corrupción le guste o no a la Reina. Más adelante aparecerá Martha Kane, futura señora Wayne y madre de nuestro justiciero nocturno favorito.

Y, ¿no enternece pensar ahora en todas las veces que Alfred riñe a Bruce por sus escapadas superheroicas? Claro que sí. Pero ahí nos quedamos. En ese sentimiento, ese “¿y si…?” que podría haber dado mucho de sí, que podría haber recuperado el encanto de las pelis de acción sesenteras y setenteras en las que un tipo se enfrentaba solo, o con sus leales y escasos amigos, al mundo entero sin esperar que le dieran las gracias. ¿Kingsman? Con otro tono totalmente distinto y, quizá, otro público, lo hace. ¿Pennyworth? Mucho ruido y pocas nueces. Un ruido agradable, ¿eh? Bien bonito y acompasado. Pero al final te quedas con hambre y, a fin de cuentas, a lo que venimos es a comer.

Un ambicioso pastiche de «britishness»

 

 

 TRÁILER V.O.

 

Written by Aura C. Delgado