Título original: Bom yeoreum gaeul gyeoul geurigo bom
Títulos alternativos: Las estaciones de la vida (México)
Primavera, verano, otoño, invierno… y otra vez primavera (Argentina / Chile)
País: Corea del Sur
Primera proyección: Suiza, 14 Ago. 2003 (Locarno Film Festival)
Duración: 103 min.
Director: Kim Ki-duk
Guión: Kim Ki-duk
Reconfortante obra del director surcoreano Kim Ki-Duk («Hierro 3«, 2004), que aporta otra pequeña pero necesaria y agradecida pieza cinematográfica a la corriente del budismo en este arte, que empezó a hacerse notar a principios de la década de los 2000. Esta es una historia de historias, relatos espirituales, enseñanzas, símbolos, metáforas y una ventana hacia la realidad de nuestras vidas, abierta desde una perspectiva sencilla y natural, basada en los principios de la admirable religión budista. La realización logra, meritoriamente, captar algunas imágenes de gran belleza y calidad, a pesar de la empobrecida técnica de una cámara que se acerca más al estilo de los documentales o las series de televisión de otras décadas que al de una producción actual.
Dentro de sus relatos, divididos en las cuatro estaciones del año y el retorno a otro de estos periodos tal y como especifica el propio título de la película, encontramos toda una serie de historias que repasan varios ciclos vitales de diversas personas relacionadas con un pequeño templo situado en medio de un lago que a su vez está rodeado por impresionantes paisajes llenos de paz, belleza y un ambiente propicio para adentrarse correctamente en las prácticas de la meditación. Teniendo como testigo principal al viejo maestro que cuida el templo, interpretado por Yeong-su Oh («Dong seung«, 2002), los relatos se limitan a exponernos unos hechos que además de pretender enseñar y abrir los ojos a todos los protagonistas de la cinta, transmiten al espectador la sabiduría sobre algunas situaciones que, debido al carácter de esta doctrina (la budista), pueden interpretarse de una forma libre que siempre tenga como finalidad el hecho de hacernos personas cargadas de paz interior, armonía, amor justo hacia nosotros mismos y hacia los demás, a la naturaleza y a todo lo que esta engloba.
Esta película es en sí una forma de meditación que busca lo que defiende el budismo (y principalmente, el Zen), y esto es -al menos en parte- poder llegar a vivir plenamente a cada instante y así poder expresarnos de manera óptima, teniendo la mente abierta, serena y diligente para guiarla por el camino del sentido y la bondad. Para conseguirlo, son muchos los problemas que surgen a los protagonistas del film, comenzando sus historias con un pequeño monje que, descubriendo la grandeza natural que le rodea, terminará adentrándose en su propio interior gracias a las humildes pero profundas enseñanzas de su maestro. Cada día que pasa es un día para aprender y, el monje, después de toda una vida espiritual y ya en edad adulta, se topa con el deseo de unas vivencias que desconoce: la atracción por las mujeres y el sexo con éstas. Este hecho hará tambalear su entrega a lo aprendido de su maestro, dejándose llevar por lo más oscuro de la condición humana, haciendo que pueda conocer la vida vista desde la perspectiva que Buda trata de evitar: el sufrimiento, que es el mayor de los males en nuestro mundo y el causante de la mayoría de los problemas.
Si bien lo que aquí aprenderemos puede resultar novedoso para mucha gente, las enseñanzas que muestra resultan, vistas desde la lejanía, sencillas (y así es la doctrina del budismo), pero lo realmente difícil es poder aplicárselas con rigor en la vida cotidiana y obrar en paz hasta conseguir llegar al final del camino de la iluminación, sin pensar en ningún momento cuándo se puede llegar a esa meta. Las interpretaciones del reparto están comandadas por el trabajo de Yeung-su Oh (como el viejo monje del pequeño templo), seguido de un plantel correcto pero sin grandes sorpresas que permite seguir esta película con mucho interés, admiración y respeto. La banda sonora, de Ji-woong Park (“Inhyeongsa”, 2004), está cargada de espiritualidad y transmite poder, relajación, belleza y en según qué momentos, pasión, dentro del rumbo de unos compases tranquilos y sosegados, que se funden con maestría sobre el sonido de las preciosas aguas que rodean al templo. El guión y los relatos de los que somos partícipes pueden reunir novedades para muchas personas ajenas a la espiritualidad de esta religión, pero no es más -ni menos- que parte de la armonía y la perfección de las enseñanzas budistas, hasta las que se puede llegar a través de las numerosas ramificaciones de las que está compuesta la doctrina citada. Personalmente, recomiendo la del Zen.
Nota del autor:
7,0 ███████ (Buena)
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