Título original:Drugstore Cowboy
País: EEUU
Duración: 100 min.
Director: Gus Van Sant
Guión: Gus Van Sant, Daniel Yost (Novela: James Fogle)
Música: Elliot Goldenthal
“Correcta, entretenida, liviana, imprecisa […] a pesar de sus defectos, que se manifiestan con fuerza en su tramo final, la cinta se deja ver como un documento entretenido en el que la mayor baza es su parte estética […] Dirección sosegada en lo narrativo y fría en la imagen […]”
Correcta, entretenida y a veces imprecisa representación del mundo de la drogodependencia. Enmarcada por la cámara de Gus Van Sant (“Elephant”, 2003) -quien debutaba como director-, la película está protagonizada notablemente por Matt Dillon, que deja constancia de una gran calidad como actor que ha sabido atesorar a lo largo de su carrera. En este caso lo hace desde la piel del supersticioso Bob, un toxicómano que se dedica al asalto de farmacias junto a una pandilla constituida por la pareja que él mismo forma con su novia Dianne (Kelly Linch) y la compuesta por Rick (James LeGros) y Nadine (Heather Graham).
La liviandad de la cinta reside en la poca profundidad mostrada por Van Sant para dibujar el entorno del tema abarcado. La presencia de las drogas en la película se limita a lo estético, sin ahondar apenas la dirección en los efectos que éstas pueden producir. Buscando la comparación, me viene a la mente “Pánico en Needle Park” (1971), en la que podemos ver a un primerizo Al Pacino junto a Kitty Win experimentando auténticas odiseas para poder chutarse. El sufrimiento, ansiedad y patetismo del duplo de drogadictos era palpable, algo que no se produce en “Drugstore Cowboy”, donde parece querer reproducirse la misma pareja, sin lograr alcanzar el mismo nivel de interés, resultando menos creíble su actitud debido -entre otras cosas- a la perfección física y lucidez psíquica de sus protagonistas. A pesar del nivel de adicción de todos los personajes (que son unas auténticas máquinas de pincharse las drogas más duras), ninguno -excepto de forma chispeante el encarnado por Dillon- logra transmitir autenticidad.
A pesar de los defectos del filme, que se manifiestan con fuerza en su tramo final, la cinta se deja ver como un documento entretenido en el que la mayor baza es su parte estética. Y es que Van Sant siempre logra buenas notas en esta faceta, caracterizándose por una dirección sosegada en lo narrativo y fría en la imagen. La banda sonora de la cinta es escasa, pero cuando aparece lo hace en forma de notas clásicas inspiradas en la música de los años en los que se ambienta el filme (década de los 70). El autor de la misma es el compositor Elliot Goldenthal, quien se daría a conocer años después con sus trabajos en “Demolition Man” (1993), “Heat” (1995) o “Enemigos públicos” (2009).
Nota del autor:
6,0 ███████ (Correcta)
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