Título original: Chinese Coffee
País: EEUU
Primera proyección: EEUU, 02. Sep. 2000 (Telluride Film Festival)
Duración: 99 min
Director: Al Pacino
Guión: Ira Lewis (Obra: Ira Lewis)

Un mustio y deprimente cuartucho, dos grandes actores y un guión de calidad cuyas palabras fluyen como el agua en las cataratas del Iguazú, es todo lo que necesita Al Pacino para dirigir su segunda película, tras «Looking for Richard» (1996). Basada en la obra de Ira Lewis, “Chinese Coffee” es un repaso a la vida de dos personajes desgraciados y abandonados que se reúnen en la penumbra de la triste casa de uno de ellos para mantener una conversación que se extenderá durante toda la duración de la película. Exceptuando algunos lapsus en los que el argumento da paso a algunos flashbacks para aportar más contenido a la historia que se va narrando, toda la trama se desarrolla en el salón de Jake Manheim, el personaje interpretado por Jerry Orbach. A él acude un afligido y desesperado Harry Levine (Al Pacino) con la intención de reclamarle un dinero que le debe. Recién despedido de su último trabajo como conserje de un restaurante francés de élite, todo lo que le queda a Levine son los viejos harapos con los que se viste y un dólar con cincuenta centavos que guarda en su bolsillo.

Durante diez minutos del primer tramo de la película, el carácter dramático de la obra cede terreno a una amarga comedia que expresa el patetismo de la vida del personaje interpretado por Pacino, tan trágico y desdichado que hasta él mismo deja entrever alguna tímida sonrisa mientras describe sus propias penurias. En este espacio cuesta mucho retener alguna carcajada, pues alberga unos minutos brillantes que no dejan de hacerse suceder más palabras y, con ello, más infortunios de Levine, un aspirante a escritor profesional que antaño tuvo la suerte de poner a la venta dos libros, cosa que intentará de nuevo volviendo a la carga con otro escrito. Pero antes quiere que su amigo Jake, la antítesis de su personaje (es calmado y demuestra autoridad, todo lo contrario al nervioso e hipocondríaco Levine), lea su trabajo para darle su opinión.

La película te atrapa en su primer minuto y no te suelta hasta que aparecen los créditos finales. Hablan tanto y de tan buenas cosas que el interés no sólo se va manteniendo sino que incluso va incrementándose a medida que transcurre el metraje. La vida de dos infortunados -casi marginados sociales- sirve para explicar muchos aspectos de nuestra existencia, y toca temas que van desde el amor o la amistad, a los sueños perdidos, lo que se pretende en la vida, los temores en la edad adulta (o los que pudieran presentarse al superar la barrera de los cuarenta) y, en definitiva, de si unos desgraciados lo son porque el mundo les ha puesto ahí o porque ellos sencillamente se han ido hundiendo solos, agobiados por sus circunstancias y superados por su miedos. Probablemente, a simple vista el aspecto tan austero de la cinta no desprenda un brillo especial, pero después de verla, sólo con que uno se ponga a pensar en cualquier diálogo del que haya sido testigo aquí, podrá tener la oportunidad de sentirse partícipe de la trama, cuestionándose diferentes dilemas vitales. En mi caso me he sentido profundamente identificado con los dos personajes.

Pacino no sólo demuestra aquí su magnífico nivel de calidad como actor, reafirmándose como uno de los mejores que se pueden ver a lo largo de la gran pantalla, sino que se le ven maneras y sentimiento en esto de dirigir películas, habiendo optado por la vía del cine independiente para poder dar rienda suelta a todos los detalles que se dejan ver en esta cinta. Aunque toda ella sea un extenso, nutrido e interesantísimo diálogo, Pacino sabe cómo refrescar el film para que a nadie le invada el sopor. Sus personajes te transmiten el guión con fuerza y temperamento, y la cinta incluye en su edición diversos detalles en el montaje, que inserta flasbacks casi sin que te enteres para, una vez mostrado lo que se pretendía en ese momento, devolverte de nuevo a la lúgubre habitación en la que junto con un gran Jerry Orbach («Ley y Orden«, 1990 – Serie de TV) se lleva a cabo tan dilatada conversación.

El compositor Elmer Bernstein (“El cabo del miedo”, 1991) acompaña determinadas escenas -además de las correspondientes a los créditos de apertura y cierre- con unas partituras discretas que, según el momento, consiguen incluso postularse como emotivas. En conjunto, la película es un documento muy útil sobre nuestras propias vidas, un análisis de la desgracia, de la soledad, de aquellas personas a las que no les queda nada ni nadie, de la tristeza y, por supuesto, de la esperanza, porque sin ella no podría soportarse nada de lo recientemente citado. Constituye, además, un gran aporte cultural debido a sus múltiples referencias literarias a lo largo de su duración. 

Nota del autor:
8,0 ████████ (Muy buena)

Written by Sandro Fiorito

Cofundador de LGEcine

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