Leviatán (2014)

Siempre apetece ver películas de países cuyo cine no sueles consumir, ya que aportan una mirada distinta y se aprende bastante de él. Pero claro, eso nunca es garantía de salir satisfecho de la sala. Leviatán cuenta la historia de Kolya (Aleksey Serebyakov, The second front, 2005) un mecánico de un pequeño pueblo costero de Rusia. La vida de su familia se verá alterada cuando el corrupto alcalde Mer (Roman Madyanov, Legenda No. 17, 2013) pretenda expropiarle el terreno dónde vive y tiene el taller; para evitarlo, solicitará la ayuda de su viejo amigo Dmitriy (Vladimir Vdovichenkov, 360. Juego de destinos, 2011), que ahora es abogado en Moscú.

Evidentemente, el tema central de la película es la lucha de un individuo contra el poder establecido, en este caso una fuerza política corrompida que se escenifica en el alcalde Mer y toda su cohorte de secuaces. Así, vemos una suerte de David contra Goliath en la que nos es fácil identificarnos con el oprimido.

Pero quién lleva el peso de esa batalla es realmente Dmitriy, hombre culto y preparado que es capaz de poner trabajas a toda la maquinaria del alcalde y plantar cara usando todo el conocimiento legal y la información extraoficial que está a su alcance.

Koyla se centra en pelear contra otro Leviatán, su propio carácter. Impulsivo y con cierto complejo de inferioridad por cómo ha ido su vida en contraposición con la de su amigo, su afición al Vodka le vuelve irascible muy a menudo. Además, no sabe llevar bien su matrimonio y eso le pesa anímicamente.

El tema de la bebida es tratado de un modo bastante desconcertante por Andrei Zvyaginstev (Elena, 2011), director y coguionista con Oleg Negin (que ya le escribió el guion para la mencionada Elena). Todos los personajes beben en demasía y muchas de las decisiones que toman son a golpe de Vodka. Según el momento, uno lo interpreta como un problema de tintes trágicos, incluso como si fuese el gran mal nacional, pero otras veces parece que se esté incluso satirizando el tópico del ruso bebedor de Vodka y sacando de ello un retrato costumbrista con cierta dosis de humor.

El ritmo sestea lo suyo, y finalmente la impresión que transmite el conjunto es que se ha querido dar mucho empaque a una historia que no era para tanto. Vale que en su contexto socio—político sea una apuesta valiente, pero si le buscamos un equivalente en el western americano, que ha tratado a veces esta misma temática, queda como una medianía.

La imagen seleccionada para la portada es sin duda la más poderosa de todo el metraje, con el impresionante esqueleto de la ballena varado en la playa haciendo símil con el Leviatán bíblico, que encarna el mal. Además, juega con la doble referencia, aludiendo también al Leviatán de Hobbes, asociado al poder del estado que oprime al individuo, leitmotiv de la película que nos ocupa.

Las interpretaciones son todas bastante buenas, enmarcadas en un estilo natural y poco forzado, dando credibilidad a los personajes. Destacan Serebryakov como Koyla y Elena Lyadova (que ya trabajó con Zvyaginstev en Elena, 2011) como Lilya, dado que son los papeles que entrañan una mayor dificultad. Aleksey Rozin (que también formó parte del reparto de Elena) merece mención por sus momentos de divertida resignación frente a lo que ocurre a su alrededor.