Final Destination: Bloodlines (Zach Lipovsky, Adam B. Stein, 2025) – 110 min
No sé qué clase de genio (o sociópata) hay detrás de cada nueva entrega de Destino Final, pero desde aquí le mando un abrazo muy fuerte y, si se deja, una cerveza. Porque Bloodlines es exactamente lo que necesitaba sin saberlo: un baño de sangre tan absurdo, tan ridículo, tan rebuscadamente estúpido, que me pasé toda la película riéndome como si tuviera quince años y acabara de descubrir que alguien puede morir aplastado por una sombrilla plegable con elegancia.
Todo empieza como siempre: alguien tiene una visión. Esa visión es horrible. Lo cuenta. Nadie le cree. Y ¡pum!, se lía. La fórmula es la misma de siempre porque no necesita cambiar. Aquí no hemos venido a que nos sorprendan con el argumento, hemos venido a lo que importa: a ver cómo la muerte se convierte en una interiorista demente, mezclando objetos de casa y mala leche con una precisión que ya quisiera IKEA.
Y vaya creatividad. Qué fantasía. Qué arte para convertir una clase de yoga o una limpieza de filtros de aire en una escena de asesinato gloriosamente absurda.
Lo bonito del universo Destino Final es que TODO puede matarte. Una taza de café, una planta decorativa, el pestillo de una puerta. En esta saga, vivir es un deporte de alto riesgo. Y en Bloodlines, esa amenaza constante se celebra con una sonrisa en la cara y litros de sangre (digital, pero se agradece) volando por todas partes. Es slapstick gore. Es dibujo animado para adultos con trauma. Es una fiesta.
Pero ojo, que aunque todo sea ridículo, aquí hay cariño. Cariño por el detallito, por la trampa, por la planificación enfermiza de cada escena. Porque nadie muere de forma normal en esta peli. Aquí todo es coreografía. Espectáculo. Arte performativo de la casquería. Cada muerte es un dominó absurdo que empieza con una gota de aceite y termina con una cabeza volando. ¿Sentido? Ninguno. ¿Diversión? TODA.Y esa es la clave: Destino Final: Bloodlines no engaña a nadie. Sabe perfectamente lo que es, y lo abraza con orgullo. No quiere ser profunda. No quiere emocionar. Quiere entretener. Quiere que te sientes en la butaca, desconectes el cerebro y disfrutes viendo cómo una persona es decapitada por una persiana veneciana. ¿Y sabes qué? Lo consigue. Con creces.
Además, hay una cosa preciosa en cómo esta peli une a la gente. En mi sala, éramos cuatro gatos, pero todos estábamos sincronizados emocionalmente. Nos mirábamos, nos tapábamos la boca para no reír demasiado alto, compartíamos ese pensamiento colectivo de “¿pero qué coño acabo de ver?” Y eso, amigos, también es magia del cine. Una magia cutre, sangrienta y un poco perturbadora, sí… pero magia al fin y al cabo.¿Tiene fallos? Todos. ¿Actúan mal? Rotundamente sí. ¿El guion es una excusa para enlazar muertes? Ni se molestan en disimularlo. Pero me da absolutamente igual. Porque esta no es una película que se mida por su calidad técnica, sino por lo que provoca. Y lo que provoca es pura risa, sorpresa, nostalgia del terror de videoclub, y una especie de ternura por lo mal hecha que está… pero lo bien que se lo pasa uno viéndola.
En resumen: si buscas una peli profunda, elegante y que te deje reflexionando sobre la vida, Bloodlines no es para ti. Pero si te pirra el cine cafre, si te hace feliz ver cómo una muerte imposible se convierte en una obra de ingeniería perversa, si te entusiasma el despropósito bien coreografiado… entonces esta joyita maldita es tu plan perfecto. Una oda al cutrerío elevado a espectáculo. Y una muestra de que a veces el cine no necesita tener sentido para ser absolutamente genial.
Distribuida en España por WARNER BROS
Nota del autor:
7,5 ███████ litros de sangre
Película en CARTELERA desde el 16 de mayo de 2025
TRÁILER: