La Grazia (Paolo Sorrentino, 2025) – 133 min. –
Hay festivales que te regalan buenas películas, otras que te sorprenden, y de vez en cuando aparece una que directamente te reconcilia con la grandeza del cine. Eso es exactamente lo que ha pasado con La Grazia, la nueva obra de Paolo Sorrentino presentada en San Sebastián, y que, sin miedo a exagerar, se cuenta entre lo mejor que he visto en todo el certamen. La historia nos sitúa en los últimos días de mandato de Mariano De Santis, presidente de la República Italiana, católico devoto, jurista, viudo y hombre marcado por la soledad. De Santis se enfrenta a decisiones que podrían definir no sólo el final de su carrera, sino su legado moral: firmar una ley de eutanasia, conceder o no indultos a dos convictos con circunstancias atenuantes, y, en paralelo, lidiar con el fantasma íntimo de una posible infidelidad de su difunta esposa. Lo público y lo privado chocan con una intensidad que convierte cada gesto en un dilema existencial.

Sorrentino regresa aquí a territorios que ya exploró en Il Divo o La gran belleza: la política, la culpa, la memoria, el tiempo. Pero lo hace con una contención muy especial, alejándose de la exuberancia visual que a veces ha caracterizado su cine para entregarnos una obra serena, hipnótica, donde cada plano parece medido con bisturí y donde el ritmo pausado se convierte en la mejor herramienta para sumergirnos en la duda y la vulnerabilidad de su protagonista. Y esa vulnerabilidad se sostiene en gran medida sobre los hombros de Toni Servillo, que ofrece una de esas interpretaciones que marcan época. Ha dado muchos papeles memorables, pero aquí alcanza una grandeza extraordinaria: su Mariano De Santis transmite dignidad y fragilidad, gravedad moral y soledad íntima, con una naturalidad que desarma. Cada silencio suyo pesa tanto como un discurso, cada mirada encierra un conflicto interno imposible de resolver del todo. Es, sencillamente, el mejor papel masculino que he visto este año, y debería situarle directamente en la carrera por el Oscar.
Más allá de su interpretación, lo que hace tan fascinante a La Grazia es la riqueza de sus diálogos y la complejidad de los dilemas que plantea. La película habla de la eutanasia, de la justicia, del perdón y del peso del pasado, pero lo hace desde la duda, sin simplificar, sin ofrecer salidas fáciles. Acompañamos a De Santis en su incertidumbre, en la incomodidad de no poder elegir entre lo correcto y lo incorrecto, sino entre lo posible y lo menos dañino, y ahí reside la fuerza del relato. Todo está atravesado por un tono que oscila entre el drama y la comedia más sutil, un humor seco que evita que la película se hunda en la solemnidad absoluta y que le aporta humanidad, como si Sorrentino quisiera recordarnos que incluso en medio de las mayores contradicciones siempre hay espacio para la ironía.La Grazia es, sin duda, una de las mejores películas de Paolo Sorrentino y una de las joyas absolutas de este festival. Una obra que habla de política y de ética, pero sobre todo de la vida, de la culpa, del perdón y de la imposibilidad de cerrar ciertas heridas. Brillante en su escritura, hipnótica en lo visual y sostenida por una interpretación gigantesca de Toni Servillo, es cine de altura, de ese que justifica una jornada entera de festival.
Vista con PASE DE PRENSA en el Festival Internacional de San Sebastián 2025
Nota del autor:
9,0 ███████ (Ecxelente)
CLIP V.O.: