La Mage du Kremlin (Olivier Assayas, 2025) – 156 min. –
El mago del Kremlin aterriza en el festival con el aura de gran acontecimiento político y cultural. Se trata de la adaptación de la novela de Giuliano da Empoli, un libro que en su momento causó sensación por retratar desde dentro el engranaje del poder ruso. La película nos presenta a Vadim Baranov, interpretado por Paul Dano, un productor de televisión que asciende hasta convertirse en el consejero más influyente de Vladimir Putin, encargado de moldear su imagen pública y de diseñar la narrativa que sostiene su poder. En paralelo, Jude Law encarna al propio Putin, figura omnipresente que ejerce como eje de todo el relato. La intención es clara: ofrecer un retrato incómodo y provocador de la Rusia postsoviética y de la maquinaria que ha permitido a Putin afianzarse como uno de los líderes más poderosos y temidos de nuestro tiempo.

Sobre el papel, la propuesta era interesantísima. No solo por la actualidad de su tema, sino también por la elección de Olivier Assayas como director, un cineasta acostumbrado a moverse entre la reflexión política y la experimentación narrativa. Sin embargo, la realidad es que el resultado se queda muy lejos de lo esperado. La película dura dos horas y media que se sienten eternas, con un ritmo cansino y una estructura fragmentada que nunca termina de cuajar. Assayas divide la narración en capítulos, con constantes saltos temporales hacia el pasado y el futuro, pero en lugar de generar complejidad o enriquecer el relato, lo que consigue es desorientar al espectador. A menudo uno no sabe exactamente qué pretende contar cada segmento ni cuál es el hilo conductor que une las piezas. Esa sensación de dispersión pesa demasiado, y termina haciendo que la experiencia se vuelva fría y distante.
La puesta en escena tampoco ayuda. El film busca una estética solemne, con escenarios que subrayan la grandilocuencia del poder, pero lo hace de una manera rígida, casi encorsetada, que no genera la atmósfera opresiva que debería. En lugar de transmitir la sensación de estar entrando en un mundo oscuro, de pasillos y despachos donde se juega el destino de un país, lo que sentimos muchas veces es una distancia insalvable. No hay inmersión, no hay tensión acumulada: todo parece más un ejercicio formal que una verdadera aproximación al corazón del poder.En lo interpretativo, Paul Dano es, sin duda, lo mejor de la película. Su Vadim Baranov es un personaje ambiguo, magnético, alguien que comienza como un hombre idealista y termina completamente atrapado en las redes del cinismo y la corrupción. Dano logra que entendamos sus contradicciones, que nos acerquemos a él aunque nos incomoden sus decisiones. Es un papel complejo y bien resuelto, que aporta profundidad a una película que muchas veces carece de ella. Los secundarios también cumplen, ofreciendo un contrapunto convincente al descenso del protagonista. El gran problema, sin embargo, llega con Jude Law como Putin. La caracterización física es sorprendente, sí, pero la interpretación se queda en una caricatura: gestos imitados, tonos sobreactuados, un Putin convertido en máscara que rara vez transmite la verdadera amenaza del personaje. Lo que debería ser el corazón sombrío de la historia se convierte en uno de sus puntos más débiles.
Esa superficialidad en la representación de Putin es sintomática del principal defecto del film: su incapacidad de ir más allá de la superficie. La película tiene diálogos grandilocuentes, secuencias que pretenden ser reveladoras, pero casi nunca consigue emocionar ni provocar un verdadero impacto. Hay demasiada exposición, demasiada voz en off, demasiada explicación de lo obvio. En lugar de sumergirnos en las entrañas de la manipulación política, El mago del Kremlin parece querer contárnosla como una lección, y esa distancia académica termina resultando aburrida. El espectador entiende la intención, pero rara vez la siente.
Todo ello convierte la película en un ejercicio irregular.
Hay destellos de lo que podría haber sido una obra mayor: secuencias aisladas con fuerza, momentos en los que Dano brilla, imágenes que insinúan la inquietud que Assayas quería transmitir. Pero en conjunto, la obra nunca termina de despegar. Su ambición se convierte en su propio lastre: quiere ser gran cine político, retrato generacional y reflexión moral, pero acaba quedándose en una experiencia larga, confusa y difícil de disfrutar.
En definitiva, El mago del Kremlin es un título interesante en lo conceptual, pero fallido en lo cinematográfico. Es lenta, fría y deslavazada, con una puesta en escena extraña y una estructura que no ayuda. Tiene actores de peso, pero se resiente de un Putin caricaturesco que arruina parte de la seriedad que pretende. ¿Se puede ver? Sí, por curiosidad y por lo que tiene de testimonio político. ¿Es recomendable? No demasiado. Una película que apenas alcanza el aprobado, de esas que se olvidan poco después de salir de la sala.
Vista con PASE DE PRENSA en el Festival Internacional de San Sebastián 2025
Nota del autor:
5,0 ████ (Mejorable)
CLIP V.O.: