In the Lost Lands (Paul W.S. Anderson, 2025) – 101 min
Inspirada en un relato de George R. R. Martin, Tierras perdidas cuenta la historia de una reina que, desesperada por encontrar el amor, envía a la poderosa bruja Gray Alys en busca de un antiguo poder que permite convertirse en hombre lobo. Acompañada por el cazador Boyce, Gray se adentra en un mundo oscuro y salvaje, donde cada deseo cumplido esconde un precio inesperado.
Hay películas malas. Luego hay películas que trascienden esa categoría y entran en otra dimensión: la de las que son tan, tan, tan malas… que terminan siendo casi divertidas. Tierras perdidas, la nueva fantasía descontrolada del inefable Paul W.S. Anderson (sí, el de Resident Evil, y no, no ha mejorado), pertenece sin duda a este último grupo. Lo que pretende ser una gran aventura de ciencia ficción se convierte, minuto a minuto, en una comedia involuntaria que haría sonrojar a Ed Wood.
Anderson, fiel a su estilo, nos lleva a un mundo extraño donde la lógica narrativa es un lujo y el espectáculo visual, una promesa incumplida. La película es un completo despropósito: un festival de decisiones creativas erróneas, una acumulación de efectos digitales de saldo, un catálogo de actuaciones inexpresivas y una dirección que parece hecha con los ojos cerrados y una venda en cada mano. Y aun así, lo confieso: no me aburrí. Me reí. No porque la película tenga sentido del humor —de hecho, se toma a sí misma con una seriedad delirante—, sino porque el desastre acaba resultando hipnótico. Como mirar un tren descarrilar en cámara lenta… durante casi dos horas.
Desde el primer minuto, Tierras perdidas deja claro a qué ha venido a: soltar monstruos digitales por pantalla como si estuviera jugando al Monster Hunter después de dos copas de más. El guion es digno de estudio, pero no en una cátedra de guion, sino en una de arqueología de lo absurdo: personajes que aparecen y desaparecen sin explicaciones, frases que no significan nada, motivaciones que cambian cada cinco minutos, y un argumento que solo podría tener sentido si lo hubiera escrito un algoritmo mal entrenado. Es de esas películas donde uno se plantea si no estarían improvisando el guion sobre la marcha, en plan “lo vamos viendo”.Las actuaciones son otro cantar. Milla Jovovich, reina indiscutible del cine basura de lujo, pasea por la pantalla con cara de “otra más y me jubilo”. Su personaje no tiene arco, ni evolución, ni el más mínimo interés. El resto del elenco hace lo que puede —que es muy poco— entre líneas ridículas, escenas sin dirección y momentos de puro esperpento visual. Hay personajes que entran en escena gritando cosas sin contexto, mueren dramáticamente y uno no sabe ni quién eran. Y no es que falte información, es que falta cine.
Visualmente, la cosa tampoco levanta cabeza. Los efectos especiales están al nivel de una demo técnica de videojuego barato, y la dirección de arte parece sacada de una feria medieval de pueblo, pero con luces LED y niebla artificial. Las criaturas digitales están mal acabadas, las explosiones no tienen peso ni presencia, y hay planos tan oscuros que parece que se les olvidó encender las luces del set. La iluminación es tan errática que a veces parece que la película esté ambientada en un after a las siete de la mañana.Y aquí entra el señor Anderson, que sigue dirigiendo como si llevara veinte años sin ir al cine. No hay tensión, no hay ritmo, no hay ni una escena que funcione como debería. Todo es ruidoso, confuso, mal montado y peor planteado. Hay momentos en los que uno no sabe si está viendo la escena final o un teaser de otra película dentro de la misma película. Parece que haya rodado con Google Maps en modo satélite y editado la película en Windows Movie Maker. Cada vez que la cosa intenta ponerse épica, uno no puede evitar pensar: “¿pero esto va en serio?”
Y sí. Va muy en serio. Ese es quizá el mayor problema (y también el mayor encanto) de Tierras perdidas: su absoluta incapacidad para reírse de sí misma. Se lanza de cabeza al ridículo con una solemnidad que la hace todavía más graciosa.
Y es esa seriedad lo que convierte su desastre en comedia involuntaria. Porque cuando una película es mala, pero además se cree buena… se convierte en oro para los que disfrutamos rajando.Lo curioso es que, cuando terminó, no salí enfadado. Salí confuso, sí, y un poco aturdido por tanto ruido y tanta tontería… pero también con una sonrisa. Tierras perdidas tiene esa cualidad casi mágica de las malas películas memorables: te da conversación, te da anécdotas, te deja escenas imposibles que querrás comentar con alguien. No recomendaría pagar por verla, pero sí verla. Con colegas. Con cerveza. Y con ganas de reírte de cada explosión absurda, cada monstruo mal renderizado y cada frase que parece sacada de un generador automático de épica barata.
En definitiva: Tierras perdidas no es cine de aventuras. Es una excursión al abismo de lo absurdo. Una película que fracasa en todo lo que intenta… y que, por eso mismo, acaba siendo inolvidable. No es buena. Pero tampoco es aburrida. Es un desastre. Y a veces, el desastre también tiene su encanto.
Distribuida en España por DIAMOND FILMS
Nota del autor:
Un 6 y un 4 tu retrato
Película en CARTELERA desde el 09 de mayo de 2025
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