Extraño mediometraje de 42 minutos de duración, dividido en 9 pequeños episodios que conforman una miniserie dirigida por David LynchCarretera perdida«, 1997) y protagonizada por Scott Coffey, Rebekah Del Rio, Laura Helena Harring y Naomi Watts, a quienes no podremos reconocer físicamente en este trabajo debido a los disfraces que se enfundan para dar vida a sus misteriosos personajes. Estos no son otra cosa que tres falsos conejos que se dedican a mantener conversaciones absurdas, intrascendentes y sin ningún tipo de sentido entre las paredes de una vieja, sombría y austera habitación que se convertirá en el único escenario que el espectador pueda presenciar.

Un plano fijo durante toda la duración de la cinta, sobre un decorado y desde una técnica que comparten una inversión bajo mínimos, serán los elementos que servirán de escenario para mostrarnos a través de sus personajes la paranoica y extravagante maraña “guionesca” tejida por el propio Lynch en este producto que alterna la mística belleza de lo enigmático, llegando a resultar fascinante por momentos, con el rechazo que puede producir sobre el espectador una sencillez manifiesta y la irracionalidad de su guión y las escenas que se van desarrollando. Como en el arte, aquí puede pasar como en esas esculturas abstractas que para unos no significan absolutamente nada, una necedad o estupidez, y para otros, son una cargada transmisión de sentimientos, un mundo que espera ser descrito.

Los actores mencionados en líneas superiores fueron “rescatados” por el realizador en el rodaje de su anterior trabajo, “Mulholland Drive” (2001). El único hecho que humildemente creo que puede empujarnos a ser partícipes de esta locura de proyecto es el de consumir esa droga que tan bien prepara David Lynch: la de su propia atmósfera. Sólo merece la pena verla (casi exclusivamente por los seguidores de este cineasta) para ser testigos de un ambiente lúgubre, agobiante, lleno de misterio y por momentos terrorífico, acentuado por los compases del músico Angelo Badalamenti («Corazón salvaje«, 1990), que en esta ocasión describe una breve partitura que se repite durante todo el metraje con una cargante pero envolvente melodía que alterna sus limitados compases con la inclusión de  tétricas sirenas de barco.

La atmósfera se funde con los diálogos vacíos de los personajes de la cinta, que al preguntarse algo entre ellos, son respondidos con una frase completamente fuera de contexto que en muchas ocasiones desemboca en risas enlatadas de un público irreal, fórmula también utilizada para presentar, mediante un efusivo aplauso grabado, a cada uno de los conejos cada vez que éstos entran en el cuartucho en el que dan forma a sus dementes situaciones. Una forma de ridiculizar o criticar esas cientos de series televisivas de Estados Unidos en las que sus protagonistas son aplaudidos desde un botón “Play” y sus gracias son de obligada carcajada pre-grabada.

Dichosos los conejos por moverse robóticamente, contestarse a destiempo o realizar cada uno de sus movimientos con la lentitud del ser que necesita pensar mucho antes de hacer algo. Toda esta oda al absurdo, este lienzo que va más allá de lo abstracto, puede considerarse por muchos como una auténtica tomadura de pelo: “me ponen unos conejos disfrazados, un escenario barato y… a grabar mientras se pronuncian frases chorras”. Desde luego, la cáscara de esta pequeña miniserie puede parecer esto, pero conociendo la filmografía y el espíritu de Lynch, aunque sea en parte, podremos saber que el realizador tiene siempre algo que ofrecer, sugerir o insinuar. Una reflexión que crear. Una sensación que transmitir. Un agobio que vivir.

Fotograma exclusivo que aparece en «Inland Empire» (2006)

Hay presencias demoníacas, macabras oraciones de los personajes en solitario ante la cámara (que se corresponden con las peores y más insoportables escenas), cerillas gigantes que se encienden y luces que juegan a cambiar de color. Un teléfono que suena. Es David Lynch. Y éste les permite sacar las conclusiones que a cada uno le parezca, puesto que esa es su intención en ésta, su producción más insólita, arriesgada y absurda posible. Varias de las escenas de estos “Rabbits” se adaptaron en la película que Lynch dirigiría en 2006,Inland Empire”.

Extraño mediometraje de 42 minutos de duración, dividido en 9 pequeños episodios que conforman una miniserie dirigida por David Lynch y protagonizada por Scott Coffey, Rebekah Del Rio, Laura Helena Harring y Naomi Watts, a quienes no podremos reconocer físicamente en este trabajo debido a los disfraces que se enfundan para dar vida a sus misteriosos personajes. Estos no son otra cosa que tres falsos conejos que se dedican a mantener conversaciones absurdas, intrascendentes y sin ningún tipo de sentido entre las paredes de una vieja, sombría y austera habitación que se convertirá en el único escenario que el espectador pueda presenciar. Un plano fijo durante toda la duración de la cinta, sobre un decorado y desde una técnica que comparten una inversión bajo mínimos, serán los elementos que servirán de escenario para mostrarnos a través de sus personajes la paranoica y extravagante maraña “guionesca” tejida por el propio Lynch en este producto que alterna la mística belleza de lo enigmático, llegando a cautivar por momentos, con el rechazo que puede producir sobre el espectador una sencillez manifiesta y la irracionalidad de su guión y las escenas que se van desarrollando. Como en el arte, aquí puede pasar como en esas esculturas asbtractas que para unos no significan absolutamente nada, una necedad o estupidez, y para otros, son una cargada transmisión de sentimientos, un mundo que espera ser descrito.

Los actores mencionados en líneas superiores fueron “rescatados” por el realizador en el rodaje de su anterior trabajo, “Mulholland Drive” (2001). El único hecho que humildemente creo que puede empujarnos a ser partícipes de este alocado proyecto es el de consumir esa droga que tan bien prepara David Lynch: la de su propia atmósfera. Sólo merece la pena verla (casi exclusivamente por los seguidores de este cineasta) para ser testigos de un ambiente lúgubre, agobiante, lleno de misterio y por momentos terrorífico, acentuado por los compases del compositor Angelo Badalamenti, que en esta ocasión describe una breve partitura que se repite durante todo el metraje con una cargante pero envolvente melodía que alterna sus limitados compases con la inclusión de tétricas sirenas de barco. La atmósfera se funde con los diálogos vacíos de los personajes de la cinta, que al preguntarse algo entre ellos, son respondidos con una frase completamente fuera de contexto que en muchas ocasiones desemboca en risas enlatadas de un público irreal, fórmula también utilizada para presentar, mediante un efusivo aplauso grabado, a cada uno de los conejos cada vez que éstos entran en el cuartucho en el que dan forma a sus dementes situaciones. Una forma de ridiculizar o criticar esas cientos de series televisivas de Estados Unidos en las que sus protagonistas son aplaudidos desde un botón “Play” y sus gracias son de obligada carcajada pre-grabada.

Dichosos los conejos por moverse robóticamente, contestarse a destiempo o realizar cada uno de sus movimientos con la lentitud del ser que necesita pensar mucho antes de hacer algo. Toda esta oda al absurdo, este lienzo que va más allá de lo abstracto, puede considerarse por muchos como una auténtica tomadura de pelo: “me ponen unos conejos disfrazados, un escenario barato y… a grabar mientras se pronuncian frases chorras”. Desde luego, la cáscara de esta pequeña miniserie puede parecer esto, pero conociendo la filmografía y el espíritu de Lynch, aunque sea en parte, podremos saber que el realizador tiene siempre algo que ofrecer, sugerir o insinuar. Una reflexión que crear. Una sensación que transmitir. Un agobio que vivir. Los conejos viven en soledad, en medio de algo así como un destierro: ya tenemos una vía que explorar, la de la tristeza que evoca la más absoluta incomunicación. La lluvia parece hacer más gruesas las paredes de su vivienda, convirtiéndose el ruido de cada gota de agua que proviene del exterior en un recordatorio del ambiente siniestro por el que estos personajes están rodeados. Se oyen pasos ante la puerta de entrada a la vivienda: una pequeña revolución se vive entre los conejos, que transmiten cierto nerviosismo enmarcado por la sucesión de absurdas preguntas. Es el miedo a una visita inesperada, o a la recepción de alguien que no queremos ver. Es esa sensación de cuando llaman a nuestra puerta y no queremos abrir, convirtiéndose ese trozo de madera con pomo y mirilla en una auténtica apertura hacia lo desconocido.

Hay presencias demoníacas, macabras oraciones de los personajes en solitario ante la cámara, cerillas gigantes que se encienden y luces que juegan a cambiar de color. Un teléfono que suena. Es David Lynch. Y éste les permite sacar las conclusiones que a cada uno le parezca, puesto que esa es su intención en ésta, su producción más insólita, arriesgada y absurda posible. Varias de las escenas de estos “Rabbits” se adaptaron en la película que Lynch dirigiría en 2006, “Inland Empire”.

Written by Sandro Fiorito

Cofundador de LGEcine

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